martes, 16 de febrero de 2010

EPISODIO 2: UNA SERIE DE CATASTRÓFICAS DESDICHAS



El vuelo consistía en llegar al aeropuerto Internacional de Dallas (Fort Worth), tras una escala de tres horas en Philadelphia; tiempo suficiente para pasar por todos los controles y no perder el avión siguiente.

Las medidas de seguridad para viajar a USA son exageradas:
- Facturas las maletas que irán dentro de la bodega del avión. Son revisadas mediante perros (aunque no lo veamos) y pueden ser abiertas sin ningún problema.
-El pasaje de mano es verificado en una ocasión por un escáner, y al llegar a la terminal de forma exhaustiva por un operario. Te lo abren y lo sacan todo.
-También antes de llegar a la terminal te cachean a conciencia.
-En otro paso previo, te verifican la foto del pasaporte y tu careto, algo que se supone que ya se ha hecho anteriormente (en total, en tres ocasiones diferentes, y ésta con especial énfasis).
Había un operario en la terminal, uno de los que coordinaba el tema de los cacheos, que era una auténtica bestia parda: alrededor de 1'90 Mts, 110 Kgs aproximádamente, de raza negra, el típico tío cuadrado con unos cuantos kilos de grasa que le hacen asustar más, con acento sureño y con caras de pocas gaitas...se debió de escapar de algún casting de Tarantino. Con gente así, va a ser complicado que alguien se pase de rosca...porque además no paraba de hablar a gritos.
Al entrar en el avión nos dimos cuenta de que había muchas plazas vacías, pero lo que más me llamó la atención es que algunas azafatas no hablaban español. Nos indicaban que luego podríamos acostarnos en esas plazas, pero claro...hasta que llegó la que hablaba en español no sabíamos qué demonios querían decir.
La comida en el avión estuvo buenísima, con muchas calorías, pero realmente buena. Se ve que aquí se sigue la dieta norteamericana al dedillo. Tuvimos almuerzo, merienda y aperitivos.
El viaje se nos hizo tremendamente largo. Dormimos algo, tendidos a turnos en cuatro asientos. Incluso me dio tiempo a conocer al amigo Héctor de Solobasket, y de mirar de lejos a Jorge Sierra de Hoops&Hype.
Tras interminables horas, por fin sobrevolábamos Philadelphia. Todo absolutamente nevado, de manera brutal, pero con las carreteras completamente despejadas. Impresionante el trabajo de ese ayuntamiento, estado, o quien tenga la responsabilidad. La verdad es que era algo digno de ver: todo congelado, pero las carreteras en perfecto estado.
Aquí es donde comienza nuestro particular calvario, justo al bajar del avión. Cual Usain Bolt debes de salir a la carrera en busca de una cola, para entregar uno de los formularios que antes te han entregado o en la facturación o en el avión. Ahí cometimos nuestro primer fallo, pregunté a un hombre y me indicó mal. Con sólo 5 minutos en la cola equivocada (ciudadanos USA) nos quedamos para el final de los extranjeros. Esto derivó en otra situación peor, y es que al terminar con los cuidadanos USA, comenzaron a pasar por esas puertas ciudadanos extranjeros.
El problema fue que esos agentes de aduana eran completamente incomprensivos con los foráneos que nos sabían su idioma. Un tipo con muy malas pulgas y maneras, me tuvo un rato haciéndome preguntas que apenas entendía, y pidiendo papeles que no pidieron a ninguno de los demás que formábamos el grupo (Hector, su novia, Elisa y yo). El tipo puso algo en el formulario que no entendí (CGB o algo así) y tiramos para adelante a recoger las maletas facturadas en Madrid. El siguiente control lo pasó todo el grupo excepto yo, que tuve que ponerme en otra cola...Ahí se perdió la oportunidad de volar a Dallas. A partir de aquí, no volvimos a saber nada de Héctor y su novia.
El señor de la aduana había puesto que yo me iba a ir de USA el lunes, pero que todo lo que llevaba se iba a quedar. Tras 15 minutos de cola, donde al resto de pasajeros tuvo que enseñar todo su equipaje, me tocó un señor que me preguntó muy amablemente por el tema y todo quedó resuelto en un minuto. Tachó lo que había puesto el otro y pasé el control sin problemas.
De nuevo a facturar, preguntas, pasar por el escáner y por fin...ya estábamos dentro del aeropuerto de Philadelphia. Y aquí cometimos otro error. Nuestro documento de embarque nos mostraba que debíamos ir a la terminal B6, y allí que fuimos. Los carteles de la terminal ponían otro vuelo, y una empleada de US Airways con un acento totalmente cerrado nos dijo que el vuelo estaba cancelado y que nos dirigiéramos a la B15. Al mirar las pantallas ponía que la terminal era la C17...En fin, mareados y sin nadie que nos entendiese. Nadie, y cuando digo nadie es nadie, hablaba español de los trabajadores que regentaban ese aeropuerto. En realidad no hablaban ningún idioma que no fuera inglés con acento cerrado.
Llegamos a la B15 y allí no había nada. Vuelta para atrás y llegamos a un punto de información. Allí nos dicen que cerca de la B15 hay un "Customer Service" y que allí es donde tenemos que ir. Gracias a Dios la señora era de raza blanca, y no es por racismo, pero el acento de la mayoría de operarios de raza negra era incomprensible para nuestros oídos.
Justo al lado de la B15 había una larga cola, donde los últimos eran un padre y un hijo españoles, que también iban al All-Star. Justo delante de ellos también había personas del mismo vuelo que habíamos llegado desde Madrid, y todos nos habíamos perdido y mareado hasta dar con el susodicho servicio al cliente. Para colmo de males, nuestros móviles Orange no funcionaban en Philadelphia.
La cola no avanzaba, el cansancio tras el largo viaje hacía mella en nosotros. Además, había algo que no me entraba en la cabeza: ¿dónde estaba Jorge Sierra? ¿dónde estaba Héctor? ¿y el resto de gente que iba para Dallas? En un arranque, me decidí ir a la C17, en la otra punta del aeropuerto. Dejé a Eli y me largué para ver qué había allí, sin posibilidad de comunicarme con ella si la cosa era mejor por aquellos lares. La falta de cobertura de Orange y no haber activado el Roaming (cosa que dicen que no es necesaria...) también "nos puteaba".
Después de unos 15 minutos de trayecto, llegué a la terminal C17, donde ponía el cartel de nuestro vuelo. Casi me muero del susto. Tras esperar una cola, la señorita me dijo que me fuera a la C25, pero ya me sabía el cuento. Justo al ladito, otro punto de atención al cliente de US Airways, pero con menos gente que el nuestro, y a mejor ritmo de cola. Allí había muchos españoles y extranjeros que iban al All-Star, entre ellos Jorge Sierra, los señores de Adidas, unos italianos ruidosos...pero ni rastro de Héctor y compañía.
Jorge Sierra me dijo que estaban desviando a viajeros a Las Vegas, pero que la única solución fiable era un vuelo para el domingo por la mañana, que llegaba por la tarde a Dallas. Vamos, una auténtica mierda. El peor escenario se cernía sobre nosotros: tres eventos importantes en Dallas (un par de convenciones y el All-Star) y su aeropuerto cerrado por la mayor nevada de su historia.

Volví a toda prisa al servicio de atención al cliente de la terminal B. La cola todavía no se había movido...Aquí terminamos de matar cualquier atisbo de posibilidad de llegar a Dallas.

Tras unas cuantas horas interminables, llegamos al mostrador. Para entonces, éramos cuatro. José (padre) y Mario (hijo) se habían gastado una pasta para ir al All-Star, con la mejor de sus intenciones, sin hablar absolutamente nada de inglés y con la esperanza de que en Dallas la gente les entendiese. Pero no estábamos en Texas, sino en Pennsylvania, y aquí nadie hablaba español y eran muy poco comprensivos. Los cuatro comenzamos a compartir nuestro destino.

La solución que nos dio el trabajador de US Airways fue coger el vuelo de las 07.35, tras pasar una noche en un hotel, con 15 $ por barba para gastos. Y aquí cometimos otro error. El vuelo no tenía plaza segura, pero no hubo forma de entenderlo en ese momento. Nos había puesto en una lista de espera, pero no lo sabíamos...

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